jueves, 27 de junio de 2019

De Montevideo con amor


En un tiempo en el que la internet nos provee de una conectividad continua con los otros, nos resulta difícil pensar en que una respuesta demore más de unos minutos, horas y, en casos extremos, un día. Pero no siempre estuvimos rodeados de ondas de 4g que nos que nos acerquen al mundo. En tiempos más austeros, tiempos de correo y diligencias, podemos pensar que la comunicación a distancia entre dos personas era más compleja y espaciada. Entonces pensamos en los casi 200 kilómetros que separa a Montevideo de Colonia; pensamos en dos personas situadas en ambas puntas de la ruta y pensamos en lo engorroso que es mantener una relación mediada por postales, estampillas y sobres.

Las lejanías y falta de contacto pueden generar un estado de ansiedad en alguno de los interlocutores que terminan en reclamos a la nada, porque el otro está a distancias a las que no llegan las demandas. Pero esto se complejiza al momento de verse entablando amistad para que le entregue su recado: una carta, una postal, una señal de que no es parte de un olvido.

El servicio postal tiene un fin único que es el de conectar a los ciudadanos y este se cumple siempre y cuando los mensajes sean emitidos. Entonces ya no corre la variable de entablar amistad con el trabajador postal o intentar coimearlo con dinero para que siga trabajando aunque haya paro en correo. Los mensajes no llegan si no hay mensajes. Acá nos topamos con la responsabilidad afectiva de quien no responde, de quien hace de receptor, pero no así de emisor. Una constante en las relaciones a larga distancia y mediante cartas, que muy fácilmente uno puede buscar la forma de negarse a ver la falta de interés y culpar al servicio postal, intentar hacerse amigo del cartero y tratar de comprar su lealtad. 


Facundo Botiuk

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